Las Filipinas, conquistadas por los españoles a partir de 1565, constituyen un paroxismo del gobierno imperial a distancia. Conectadas con el resto de la monarquía hispánica a través de un galeón que efectúa la travesía sin escalas más larga del mundo –entre Manila y Acapulco–, este archipiélago integra un espacio bisagra entre China, el Pacífico e Insulindia, la India y el mundo árabe-turco. Aún más allá se perfilan, por un lado, la Nueva España y el Atlántico Norte y, por el otro, el Atlántico Sur. Y todo ello desemboca en el estuario del Guadalquivir y Sevilla.
En suma, las Filipinas son una frontera imperial situada en el centro de los intercambios que conectan el Sudeste de Asia con el resto del mundo : una “periferia global”.
En el presente libro, los autores se interesan principalmente en el rol del espacio en las configuraciones imperiales ibéricas. Para ello, ofrecen un enfoque “a ras de suelo” de la sociedad filipina, al centrarse en estudios de caso, trayectorias, experiencias y hechos de la vida cotidiana. Todo ello se engarza en el conglomerado macrohistórico de un imperio cuyo orgullo y legitimidad descansa en el hecho de que “el sol no se oculta jamás en sus posesiones”, y donde la misa se dice a lo largo de las 24 horas del día.